Recientemente leí un artículo denominado “Sororidad, un pacto entre mujeres y para mujeres”, escrito por Pablo Delgadillo y Emma Trejo, colaboradores de la revista interactiva de la Cámara de Diputados; su contenido me llamó a realizar un ejercicio de estudio respecto al concepto de sororidad, para lo cual y al declararme abiertamente y con humildad, con conocimientos muy limitados (pero con gran disposición de aprender), es que, procedí a realizar una consulta al respecto, encontrando con agrado que, existe una amplia literatura a la que se puede acceder hoy en día, para quienes tenemos la intención de continuar con nuestra preparación personal y/o profesional, es el caso que encontré los siguientes datos, que consideré pertinente compartir.
Se puede afirmar que, el término es de reciente uso y se remonta a los años setenta, cuando Kate Millet lo utilizó. Sin embargo, se tienen registros de que, casi cincuenta años antes, el escritor español Miguel de Unamuno utilizó un término al que llamó “sororidad” para referirse a la hermandad femenina, y lo utilizó por primera vez en su novela La tía Tula (1921). Lo usó para poner nombre al “amor de la hermana”.
La Real Academia Española (RAE) calificó como “término válido” la palabra sororidad, definida como la relación de hermandad y solidaridad entre mujeres, a fin de crear redes de apoyo que impulsen cambios sociales hacia la igualdad.
La palabra sororidad tiene origen latino: soror, que significa “hermana consanguínea” y alude a una relación de amistad y solidaridad muy estrecha entre dos o más. Lingüísticamente sigue la misma línea que fraternidad, cuya raíz latina es frater (hermano), pero en este caso la raíz sería soror (hermana), aludiendo así a la relación entre iguales de las personas de sexo femenino.
En 1989 la doctora Marcela Lagarde utilizó esta palabra en español desde una perspectiva feminista tras verlo en otros idiomas, manifestando: “Encontré este concepto y me apropié de él; lo vi en francés, ‘sororité’ y en inglés, ‘sisterhood’”.
Hoy en día se cuenta con una batería de palabras y conceptos para nombrar todo aquello que oprime, violenta y no permite visualizar la posición y condición de las mujeres. Por ejemplo, hace apenas 20 años la palabra género, en su significado actual, no existía, como tampoco el concepto feminicidio, incluido apenas en el diccionario de la RAE en 2014. Fue Marcela Lagarde quien acuñó este término para nombrar la violencia hacia las mujeres en Ciudad Juárez, Chihuahua.
Una vez establecidos muy someramente algunos antecedentes históricos y definitorios del concepto, me gustaría concentrarme en el punto de mi reflexión, siendo el caso que, desde una perspectiva masculina, no se pretende de ninguna forma abordar el tema con algún ápice de mala intención, sino al contrario desde un sentido de empatía, admiración y respeto al género femenino, para esto, y al insistir en que un servidor no soy, ni pretendo de ninguna forma erigirme como un experto en la materia, reproduciré los planteamientos de personas que si cuentan con ese alto grado de conocimiento requerido, y a quienes por supuesto doy el crédito y reconocimiento correspondiente, tomándome la licencia de incluir en este texto algunos de los planteamientos desarrollados por las y los autores consultados; siendo así entonces que, de acuerdo a estas reconocidas personas, se puede señalar que existen comportamientos dentro de la dinámica laboral de las mujeres, realizados por ellas mismas, y teniendo como objeto a personas de su mismo género que, a menudo se realizan sin analizar su impacto. Sin embargo, el actuar que atente contra otra mujer no debe justificarse en hábitos o rutinas establecidas.
Como señala Lagarde (2012), en la sociedad capitalista las mujeres se ven en una constante lucha entre ellas mismas, para ocupar espacios y avanzar en posiciones, lo cual se ha vuelto una práctica normalizada. Para construir relaciones laborales solidarias y crear un entorno seguro para todas, siendo imprescindible dejar de producir juicios sobre el comportamiento de otras mujeres. Siguiendo con Lagarde (2012), la sororidad depende de distintas condiciones, entre las que destacan la conciencia de género, es decir, reconocer la afirmación y el concepto “yo soy mujer, yo soy la otra mujer”; valorar las diferencias y semejanzas entre ellas; considerar la individualidad de cada una y, finalmente, que avancen unidas, compartiendo recursos, espacios y bienes, para impulsar a aquellas con mayores necesidades, potenciándonos unas a otras.
Además, como lo plantea Martínez (2017), el empoderamiento requiere establecer relaciones interpersonales con mujeres de más experiencia, fomentando la mentorización en el ámbito laboral, ya sea formal o informal, sin jerarquías, sino como un aprendizaje colectivo donde todas podamos aportar. Es fundamental celebrar los logros de nuestras compañeras, reconociendo el valor de su esfuerzo sin prejuicios sobre cómo alcanzan mejores condiciones laborales. También se debe respetar las decisiones de las mujeres respecto a su cuerpo, apariencia y forma de vestir, promoviendo una cultura de aceptación y evitando las críticas. Asimismo, es necesario rechazar cualquier forma de acoso o violencia hacia las mujeres y apoyar su testimonio.
En esta misma línea, Lavoignet et al. (2023) enfatiza la importancia de generar entornos laborales saludables, promoviendo una cultura de paz, inclusión y equidad de género. La sororidad debe ser parte de la concientización en los centros de trabajo, fomentando redes de apoyo que fortalezcan las habilidades de las mujeres. Así, la plenitud de la mujer se convierte en una responsabilidad colectiva, que comienza con cómo se perciben ellas, y como las percibimos, apoyamos y respetamos.
Hablamos entonces de la conciencia del concepto de sororidad, ya que, si bien pueden existir prácticas solidarias entre mujeres en los centros de trabajo, éstas no siempre permean en todas las que allí trabajan, debido a que suelen darse entre grupos aislados y con afinidad. Por lo tanto, no existe una cultura corporativa, institucional y colectiva de apoyo entre todas las mujeres, y, por ende, prevalece la rivalidad y competencia que promueven la brecha de la mujer frente al hombre.
Sin duda, la sororidad en el trabajo puede ser un factor de éxito que se encamine no sólo al desarrollo y plenitud de la mujer, sino que pueda repercutir en el desempeño laboral, de tal forma que los centros de trabajo evidencien una mejor productividad y un adecuado clima organizacional. Vale decir que ser sorora es una responsabilidad que cada mujer asume para propiciar su crecimiento y el de las demás; sin embargo, las acciones no deben ser exclusivas de las mujeres, ya que tanto hombres como mujeres deben abonar a una sociedad inclusiva y respetuosa de las singularidades de cada persona, concibiéndose desde una perspectiva holística.
Luego entonces, nuestro deber en conjunto, hombres y mujeres, que coincidimos día a día en entornos laborales, que muy frecuentemente presentan retos complejos, es promover la equidad, igualdad, solidaridad, respeto y la sororidad. Espero que éste concepto (sororidad), que por alguna circunstancia, tal vez histórica, temporal, social, que no alcanzo a comprender ha sido relegado en su divulgación y promoción, sea de diversas formas retomado por todas las personas que encontramos en el respeto y la empatía, los mejores canales de comunicación para la construcción de entornos laborales sanos y benéficos, en los que los ambientes propositivos y colaborativos propicien en general el bien común hacia el interior y exterior de las instituciones y que esto replique e incida en un mejor servicio a la sociedad en general.
Referencias
• Delgadillo, P y Trejo E. Sororidad, un pacto entre mujeres y para mujeres. Revista interactiva de la Cámara de Diputados, Cámara, Periodismo Legislativo. https://comunicacionsocial.diputados.gob.mx/revista/
• Lagarde, M. (2012). El feminismo en mi vida: Hitos, claves y utopías. Inmujeres DF.
• Lavoignet, B., Cruz, F., y Santes, G. (2023). Mujeres en el trabajo: desafíos y riesgos. Revista Digital Universitaria (RDU), 24(3). https://doi.org/10.22201/cuaieed.16076079e.2023.24.3.8
• Martínez, S. (2017). Procesos de empoderamiento y liderazgo de las mujeres a través de la sororidad y la creatividad. Dossiers Feministes, 22, 49-72. https://doi.org/10.6035/Dossiers.2017.22.4
• Mejía-Vázquez, R., Serrano-Barquín, R., y Pastor-Alfonso, M. (2021). Cuadernos de Turismo, 47, 1-21. https://doi.org/10.6018/turismo.473981
• Real Academia Española (RAE). (2023). Diccionario de la lengua española (23.ª ed., versión 23.6 en línea). https://dle.rae.es