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El derecho humano a la igualdad y la real desigualdad humana

La idea de igualdad y la globalización

El mundo ha creado la condición material para construir la idea de igualdad social entre las y los seres humanos. La globalización iniciada hace cinco siglos con el así llamado descubrimiento de América, genera un intenso y estrecho contacto entre muy variados pueblos y grupos humanos, haciendo evidentes las múltiples diferencias entre unos y otros, desde rasgos físicos hasta maneras de concebir la realidad, pensar, hablar, cantar y bailar, representar, sentir y convivir.

Pero a la vez, el contacto intenso permite reconocer coincidencias en las diferencias y construir valores compartidos para convivir en pluralidad. El valor estelar de la convivencia es la aceptación de que todas y todos los seres humanos somos esencialmente iguales, sin importar lugar de nacimiento, origen familiar, color de piel, cultura originaria, religión, condición económica u otras situaciones personales, y que la diversidad múltiple es compatible con la igualdad humana esencial conceptualizada por la sociedad.

Tal valor abstracto de igualdad, se concreta en una serie de valores de vocación universal, como el mismo derecho a la vida en un medio ambiente sano y sustentable, el acceso igualitario y digno al agua, la alimentación, la vivienda adecuada, la salud y la educación, al trabajo, el esparcimiento, el descanso, la seguridad, la felicidad y también una muerte digna, entre otros similares.

La huella histórica de la igualdad

No siempre nos hemos reconocido como iguales. En sociedades antiguas prevaleció como natural la superioridad de unos pueblos, estamentos y personas. Así fue en el antiguo Egipto y la Mesopotamia, China, Japón, India y otras sociedades asiáticas, agregándose las antiguas sociedades europeas griega, romana y demás.

En la época intermedia -llamada en Europa Edad Media-, continuó la idea y práctica de superioridad natural o sobrenatural de unos sobre otros, con poderes heredables por supuesta superioridad de origen divino, con señores dueños de tierras y vidas y campesinos y artesanos sin personalidad ni derechos pero alimentadores de la sociedad; subsisten burdos rezagos de tales modelos.

Hace apenas cinco siglos, avanzada la expansión europea y la vivencia de un mundo físico único, se creó la posibilidad material de concebir y construir un concepto de igualdad formal y real de las y los humanos.

En 1776 los colonos ingleses de Norteamérica, autoproclamándose “Nosotros, el pueblo”, se rebelaron contra el Reino de Inglaterra y emitieron la Declaración de Independencia, que sustenta la muy subversiva idea de que “todos los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos”.

Poco después, durante la Revolución Francesa, en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano emitida en 1776, los autonombrados ciudadanos proclamaron que “todos los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos”. Tras el parteaguas de la Revolución Francesa y sus derechos civiles, el principio de igualdad se debatió en el mundo, contra la superioridad reinante de nobles y alto clero. El Código Civil napoleónico derrotó y destronó a la Edad Media: los nuevos estados-nación se cimentaron en la igualdad jurídica de las personas.

En 1948, concluida la Segunda Guerra Mundial, la recién creada Organización de las Naciones Unidas emitió la Declaración Universal de los Derechos Humanos que reconoce que “todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos”, y enumera los derechos concomitantes con la igualdad humana originaria, los “derechos humanos”.

Sucesivos pactos y protocolos de la ONU y organismos regionales multilaterales despliegan los derechos humanos: igualdad sustantiva entre mujeres y hombres y diversidad de géneros, igualdad y autonomía de las poblaciones indígenas y tribales, derechos de minorías culturales y religiosas, derechos especiales de población en desventaja por edad o condición física y/o mental; y decenas más.

Pasar de la desigualdad aceptada a la igualdad formal proclamada, costó siglos de lucha social: valió la pena. La piedra angular esencial ya está ahí asentada: la sociedad mundial reconoce y declara que todas y todos somos iguales.

Realidad de la desigualdad

Sin embargo, aún y cuando la igualdad es principio y norma en las constituciones nacionales, convenios y tratados internacionales, no es realidad efectiva para la mitad o más de la población, que no disfruta en igualdad los derechos a la alimentación, vivienda, vestido, salud, educación, descanso, seguridad y tranquilidad, ni participa de manera igualitaria en la toma de decisiones políticas y otros bienes sociales hoy denominados genéricamente derechos humanos.

El reconocimiento formal de la igualdad es una conquista histórica, pero la profunda desigualdad económica reinante y otras desigualdades derivadas, vulneran el ejercicio igualitario de los derechos humanos. Pobreza es por definición el no ejercicio de uno o varios derechos básicos; pobreza extrema es el no ejercicio del derecho vital a la alimentación de subsistencia.

Viven en el mundo al menos 1,100 millones de pobres – o más según el rasero aplicado, son al menos 14 de cada cien personas, de las cuales 9 de cada cien viven en pobreza extrema. En América Latina[1] un tercio de la población vive en pobreza, 13 de cada cien en pobreza extrema; en México[2], casi la mitad de la población vive en pobreza, la décima parte en pobreza extrema; en Chihuahua, uno de cada cuatro habitantes vive en pobreza, 3 de cada cien en pobreza extrema.

No ejercen su derecho a la educación preescolar 37% de las niñas y niños en edad de hacerlo, 4% en edad de Primaria y 16% en edad de Secundaria. En Chiapas, Oaxaca y Michoacán un tercio de sus poblaciones tiene rezago educativo; en Chihuahua, 16% lo tiene. En salud[3], 12% de la población nacional no accede a la salud, por carecer de trabajo formal o aseguramiento de salud, o no haber servicio de salud en su localidad.

En resumen, la mitad de las y los mexicanos presenta carencia de seguridad social y rezago educativo[4] y otros rezagos presentes en el 20% de la población con menores ingresos, no en el 80% con ingresos medianos y altos[5].

Situaciones similares tienen el resto de los derechos humanos

Cada cifra representa millones de seres humanos de todas las edades excluidas del disfrute pleno de sus derechos. Son pruebas estadísticas contundentes: la desigualdad social es la causa originaria del no disfrute general y efectivo de los derechos humanos.

Igualdad, libertad y democracia

Teóricos de la democracia, como el filósofo político francés Jean Jaques Rousseau, el inglés John Locke y otros, reconocieron que la igualdad y la libertad van juntas para funcionar en las sociedades que construyen democracias.

La autenticidad de la democracia electoral depende de que no haya una desigualdad económica aguda: “la igualdad en la riqueza debe consistir en que ningún ciudadano sea tan opulento que pueda comprar a otro, ni ninguno tan pobre que se vea precisado a venderse, de privarse a sí mismo de la libertad a la hora de decidir en la política” (Rousseau).

La igualdad con o sin libertades, es un tema medular del debate filosófico y político de los cinco siglos recientes. En 2013 el entonces Presidente del órgano nacional electoral de México, Lorenzo Córdova se preguntaba en un texto de su autoría ¿cuánta pobreza aguanta la democracia?, y se respondió a sí mismo que “un ambiente de marcada pobreza y profunda desigualdad si bien no impide la democracia, si la marca y condena a un precario funcionamiento”[6].

En posterior declaración, este mismo directivo afirmó que la persistencia y agudización de los problemas como la desigualdad, la pobreza, la violencia, la corrupción y la inseguridad, han contribuido a la pérdida de confianza en instituciones claves de las democracias y se han convertido en un auténtico y peligroso caldo de cultivo para el surgimiento de liderazgos políticos, con fuertes pulsiones autoritarias.[7]

El creciente desinterés por la democracia en un segmento de población cada vez más amplio, se origina principalmente en la percepción de que el repetido ejercicio electoral por sí mismo no se traduce en mejores gobiernos, ni supera desigualdades, pobreza, inseguridad, corrupción y otros fenómenos lacerantes[8]. Sin libertad e igualdad sustantivas, la democracia liberal languidece y muere. La sociedad misma adopta sistemas no democráticos, excluyentes, autoritarios, calificados como dictatoriales o fascistas, como está sucediendo en no pocos países.

Siendo la democracia el menos malo de los sistemas políticos[9] y la igualdad un valor fundamental ya reconocido, vale la pena defenderlas realizando su crítica, es decir la superación de sus fallas y faltantes, con participación social decidida, con democracia participativa.

Deconstruir la desigualdad

La desigualdad social, siendo una construcción social, puede deconstruirse por voluntad y acción social, haciendo realidad una igualdad social efectiva con una rica pluridiversidad humana. Bastará para lograrlo una conciencia social igualitaria y una enérgica y decidida acción social. Participación social para la igualdad en libertad, lema y guía central. Manos a la obra.

Referencias

(1) “Política de la Educación”, Octavi Fullat, Ediciones CEAC, España, 1994.
(2) “Procesos de Construcción de las Identidades de México”, Perla Chinchilla (Coordinadora), Editorial de la Universidad Iberoamericana, México,2010.

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